La semana pasada realizamos una recopilación de seis reportajes que tratan sobre ciudades conocidas como «venecias» por su estrecha relación con el agua. Sin embargo, no estaban todas las que se apodan así —más de uno se quedaría pasmado con el vasto número de venecias que hay por el mundo—, aunque todas las que estaban eran las más importantes. En cualquier caso, en esta ocasión vamos a hablar de un pueblito holandés llamado Giethoorn con la intención de agregar un digno corolario a la colección «Las venecias que no son Venecia». Giethoorn se encuentra en el tercio septentrional de los Países Bajos, a unos 120 kilómetros al noreste de Ámsterdam, y es famoso por sus numerosos canales de agua y los 176 puentes que lo cruzan en diferentes puntos. En esta parte de Giethoorn, que viene a ser el casco viejo, solamente se puede transitar a pie o en barca, salvo por un pequeño carril bici que la atraviesa el sitio, algo que contribuye a generar la atmósfera bucólica que rodea el pueblo.
Con esta carta de presentación, es fácil suponer por qué se ha apodado a la pequeña localidad fundada allá por el siglo XIII como la «Venecia de los Países Bajos». Los historiadores afirman que los fundadores de la localidad fueron ciertos miembros del movimiento de los flagelantes, individuos que se autoflagelaban en público a modo de penitencia con la intención de evitar la maldición de la peste negra. Perseguidos por la justicia y por las autoridades eclesiásticas, muchos terminaron refugiándose en zonas algo recónditas, como los colonos de Giethoorn, que procederían de regiones del Mediterráneo. A pesar de ser una población tan antigua, dio el salto a la fama después de que en 1958 se estrenara la comedia holandesa Fanfare, cuya trama se desarrolla en ella.
La localidad tiene poco más que sus idílicos canales, aunque resulta muy agradable recorrerlos tranquilamente en barca de un lado a otro en plena calma, sin ruido de coches ni polución. Algunas personas piensan que la perfección que desprende el lugar genera una impresión de irrealidad, como si no fuese posible que exista algo tan inmaculado y perfecto, y a pesar de que la región tiene numerosos yacimientos de turba —precisamente los canales nacieron de la explotación turbera de Giethoorn— el paisaje ha ganado en lo bucólico con dichos canales. En cualquier caso, resulta demasiado evidente que Giethoorn se ha propuesto convertirse en una especie de decorado turístico, al estilo del que existe en Nueva Zelanda de El señor de los anillos; pero no se puede negar lo bonito que es.
Como curiosidades, en Giethoorn se puede visitar la Olde Maat Uus, una antigua fábrica del siglo XIX en la que ha quedado plasmada la vida cotidiana de ese siglo, así como el museo De Oude Aarde (La Vieja Tierra), en el que todavía se exponen diversos minerales que se han encontrado en la región y que permite comprender cómo ha influido la presencia de la turba en la historia de Giethoorn. Los viajeros más intrépidos también pueden disfrutar de la naturaleza de la región, como la Reserva Natural De Wieden, o en la de De Werribben, mientras que quien así lo prefiera, puede adentrarse en la campiña holandesa para conocer algunos de los numerosos molinos de viento holandeses que pueblan la región.
Para aquellos que planeen un viaje a Ámsterdam u otra ciudad de Países Bajos, la opción de visitar Giethoorn merece bastante la pena.
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