Las culturas que se han estancado en un grado de desarrollo que alcanzaron hace siglos y que aún siguen vivas conservan una serie de rituales que irremediablemente resultan exóticos y pintorescos para los occidentales. Muchas veces estos ritos se mantienen tan puros que constituyen manifestaciones culturales extraordinariamente específicas que las hace merecedoras de un reconocimiento especial, reconocimiento que les permitirá continuar la tradición sin esta corromperse y hasta explotar, en su dimensión turística, antiguos rituales tan anquilosados como atractivos para los foráneos.
Originarios de lugares tan distantes y dispares como Zambia y Bután, existen dos rituales que responden cabalmente a las características descritas en el párrafo anterior: son la mascarada Makishi, practicada por las tribus Luvale, Chokwe, Luchazi y Mbunda —que habitan en el noroeste de Zambia—, y la danza de máscaras de los tambores de Drametse, que tiene lugar dos veces al año en el monasterio de Ogyen Tegchok Namdroel Choeling —en el recóndito Bután— en honor a Padmasambhava, fundador de la escuela tibetana budista.
Ambas celebraciones constituyen manifestaciones culturales tan específicas que recibieron en 2005 un importante reconocimiento por parte de la Unesco al proclamarlas Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, algo que va a implicar un claro impulso turístico en ambas regiones, pero también una cierta garantía de conservación bajo los auspicios de la división cultural de la ONU. Como indican los propios nombres del ritual, en ambos casos se emplean máscaras para representar seres sobrenaturales o divinos, un rasgo que tiene mucho que ver con los famosos carnavales, esas fiestas que se celebran principalmente en la esfera occidental del mundo.
La mukanda, el rito zambiano para pasar de niño a hombre
La mascarada de Makishi se interpreta —pues como mascarada no deja de ser una interpretación— en el contexto de una fiesta tribal zambiana conocida como «mukanda». La mukanda es un rito de las citadas tribus de Zambia que se celebra con el fin de explicitar y materializar socialmente el paso de los varones desde la etapa pueril a la etapa adulta. Los niños de dichas comunidades cuya edad esté comprendida entre los 8 y 12 años son conducidos al interior de la selva, donde se establecerán entre uno y tres meses, en un acto que simboliza a la vez su «muerte» como niños y su nacimiento a la edad adulta. El motivo último de la mukanda es la circuncisión de los muchachos, un momento que les introduce en el mundo de los varones adultos y les abre el camino hacia una etapa de madurez personal y sexual. La Unesco añade que la mukanda
[…] tiene una función educativa consistente en transmitir técnicas de supervivencia y un conocimiento sobre la naturaleza, la sexualidad, las creencias religiosas y los valores sociales de la comunidad
En este complejo ritual zambiano, la mascarada de Makishi equivale a la ceremonia de clausura de la mukanda. El personaje enmascarado Makishi —que representa a un antepasado familiar vuelto al mundo de los vivos para guiar a los nuevos adultos— acompaña con bailes a los chavales hasta las poblaciones de las que proceden y así concluye la celebración que se ha prolongado por varios meses.
La danza mitológica de Drametse
Esta danza sagrada que se celebra en honor de Padmasambhava está interpretada por 16 danzantes, ataviados de máscaras y de atuendos de vivos colores, y diez músicos, que portan instrumentos tan pintorescos como el címbalo o el bang nga —un tambor de dimensiones ciclópeas, pero de sonido inquietante y sobrecogedor. Los músicos también llevan trompetas y tambores de menor tamaño.
La danza de Drametse encierra una estructura narrativa que se divide en dos escenas claramente diferenciadas por el ritmo interpretativo de los bailarines: mientras que en la primera escena la danza se hace con movimientos lentos y reposados para representar a ciertas divinidades benevolentes y pacíficas, en la segunda parte los bailarines interpretan, por medio de frenéticos movimientos y bailes, a un conjunto de divinidades enfurecidas. Por tanto, el Drametse Ngcham —así se conoce el ritual en dzongkha, el idioma oficial butanés— refleja una concepción del mundo algo maniquea, pero no por ello menos espectacular y pintoresca.
Al igual que sucede con la mascarada de Makishi, las caretas que exhiben los danzantes de Drametse encarnan otros seres, en este caso animales reales o míticos. No se conoce con exactitud el origen temporal del Drametse Ngcham, pero se sabe que existía varios siglos antes del s. XIX, momento en que la danza se adaptó a la idiosincrasia de diferentes provincias de Bután.
Resulta realmente curioso comprobar a través de estos antiguos y exóticos rituales de Makishi y Drametse cómo ese primitivo impulso por representar a seres ajenos a nosotros mismos es un fenómeno tan viejo como el ser humano y que además se trata de un acto indispensable para construir la imaginería religiosa de los pueblos. En fin, las máscaras y el hombre, dos caras de una misma moneda…
Con esta entrada «enterramos la sardina» de este breve ciclo temático relacionado con las mascaradas y los disfraces tan propio de los carnavales, que ya concluyen, pues mañana llega el Miércoles de ceniza, momento en el que se terminan los excesos para iniciar las rigideces del ayuno de Cuaresma.
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