En el extremo sur de Córcega, Bonifacio, a quien el estrecho marítimo entre la dicha y Cerdeña debe el nombre, reposa sobre una angosta peninsulilla recortada por acantilados. Desde el mar, somete con solo mirarla, y su robusta personalidad acerca y distancia a la vez. Desde Bonifacio, solo horizontes tan admirables como hermosos, y fuerzas inconmensurables que, en lugar de amenazar, acompañan y sosiegan al lento compás del tiempo sobre el que bailan los mares para estallar contra los acantilados en mil gotas de sal. La peninsulilla forma con la costa interior una profunda bahía donde decenas de barcos de recreo hallan refugio de los iracundos elementos. Desde el propio puerto parte a la vecina isla de Cerdeña un transbordador que atraviesa el, a menudo brumoso, estrecho de Bonifacio.
Si alguna palabra puede resumir el pueblito de Bonifacio desde la perspectiva del turista esa es «encanto». Porque no solamente se encuentra en un lugar de capricho, casi derramándose casa por casa sobre los desgastados acantilados de la península, sin más límites que el horizonte, sino que sus antiguas calles no parecen haber cambiado un ápice en siglos. Sus angostas calles empedradas, las casas de arquitectura centenaria y la vieja fortaleza se conjugan con el aire salino para desatar un torrente de sensaciones único en la isla francesa. Bonifacio es uno de los pueblos más pintorescos de Córcega, motivo por el cual en determinadas épocas del año se llena de turistas atraídos por las referencias positivas que en todas partes pueden encontrarse sobre este interesante lugar.
La ciudadela actual, que tuvo sus orígenes hace milenios, presenta elementos del siglo IX y también del siglo XVI, momento en el cual se disputaban la isla los franceses, aliados de los turcos, y los genoveses y españoles. Los genoveses pretendían retomar el control del que habían disfrutado durante un siglo, mientras que los españoles trataban de frenar los pies al gigante turco combatiendo a sus aliados franceses. En estas luchas, Bonifacio cayó en unas y otras manos sucesivamente hasta que la isla retorna a manos genovesas hasta 1769. De los avatares guerreros que vivió la ciudad en los siglos queda una curiosa anécdota: desde el mar suben unas escaleras de 187 peldaños talladas en la pared del acantilado que llegan hasta la ciudadela; son las llamadas escaleras del rey de Aragón, en recuerdo de Alfonso V, pues se supone que por ellas llegó el regente hasta Bonifacio.
Quien desee pasar unos días en la localidad, sobre todo si hace buen tiempo, no pasará por alto la opción de darse un chapuzón en el Mediterráneo. Si bien Bonifacio en sí misma no tiene playas, sí hay algunas de arena a unos siete km de ella, en el golfo de Santa Amanza. Otra de las opciones es coger un barco que nos conduzca hasta las islas Lavezzi, donde las aguas tienen fama por ser cristalinas. Además, en algunas de estas islas de roca caliza hay cuevas marinas que se pueden visitar siempre y cuando el tiempo y las condiciones marinas no puedan representar ningún peligro. Hay hoteles interesantes en Bonifacio, por si el afortunado lector tiene la suerte de ir, o de volver.
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1 Un hotel fortaleza con vistas al mar | Hoteles Originales // 19 de mayo de 2015 a las 17:51
[…] cuenta con camas extra grandes, elegantes baños y una terraza amueblada donde disfrutar del sol mediterráneo. ¿A que de repente los muros de esta fortaleza te parecen el mejor lugar del […]
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