Cometíamos el pecado en 2.0 Viajes de no haber hablado aún de una de las ciudades más famosas e increíbles de todos los tiempos: la fabulosa Samarcanda, en Uzbekistán. La intención es saldar hoy esa deuda con todos nuestros lectores y seguidores de nuestro perfil de Facebook con un reportaje en el que se ilustra los principales rasgos de la ciudad. En realidad, la cita de 2.0 Viajes con la gran Samarkanda resultaba ineludible después de retomar la semana pasada este misterioso país de Próximo Oriente con el artículo «Bujará, continuación del cuento oriental de Uzbekistán» en el que trazábamos una línea de continuidad largamente postergada que se había iniciado en julio de 2011 con la publicación de un reportaje de otro increíble destino uzbeko: Jiva: un escenario como de cuento oriental. Para que de un plumazo el lector se haga una idea de cómo son estas tres ciudades, queremos ilustrarlo de la siguiente forma: si algún director de cine estuviera interesado en rodar una película de Las mil y una noches, Samarcanda, Bujará y Jiva serían tres localizaciones perfectas para que el espectador se sumergiera raṕidamente en el ambiente de la famosa narración anónima.
Si se realizara una pequeña encuesta acerca de qué sabe la gente acerca de Samarcanda, además de afirmar que suena a Oriente o a cuento oriental, muchos responderían que es una de las ciudades más importantes por las que discurría la ruta de la seda. Y así es. Se encuentra en una importante encrucijada de caminos entre Oriente y Occidente, y entre meridión y septentrión en la que se hacía la última escala antes de dirigirse al norte hacia Rusia, al sur hacia Persia, al oeste hacia el Cáucaso y otros destinos del Mediterráneo, o al este hacia lugares del Lejano Oriente como China y Japón. Debido a su condición de nudo de rutas comerciales, Samarcanda se definió durante mucho tiempo por su variedad cultural, dentro siempre de la preeminencia islámica. Ese rasgo la convirtió en una encrucijada de culturas, circunstancia que movió a la Unesco en 2001 a incluir la ciudad en la lista del Patrimonio de la Humanidad bajo la elocuente denominación de «Samarcanda: encrucijada de culturas».
La ciudad de Samarcanda se encuentra a unos 300 kilómetros al suroeste de la capital de Uzbekistán, Taskent. Para llegar a ella existen varias opciones de transporte. La más común es el avión, ya que el aeropuerto tiene conexiones con San Petersburgo, Moscú y Taskent —aunque no todos los días de la semana—. Desde Taskent también es posible viajar hasta Samarcanda en tren en un viaje que se prolonga unas tres horas pero que ofrece el atractivo de contemplar los paisajes del país. Uno de los trayectos en tren más interesantes que se pueden hacer con destino a Samarcanda es el que comienza en San Petersburgo y que atraviesa durante el recorrido las ciudades rusas de Moscú y Volgogrado —este tren realizaba esta ruta todos los viernes, aunque es posible que haya variado—.
Tanta historia como patrimonio
En muchas ocasiones, las ciudades que tienen una historia muy dilatada poseen un patrimonio histórico artístico abundante y relevante. Samarcanda no es una excepción. Sus orígenes se remontan milenios atrás, cuando fue fundada en el siglo VII a.C. con el nombre de Afrasiab, un periodo del que aún se conservan numerosos restos arqueológicos en el Museo Afrasiab. Por Afrasiab pasaron personajes históricos de la talla de Alejandro Magno, aunque por aquel entonces la localidad no debía de estar demasiado desarrollada. Más adelante, entre los siglos III y XIII alcanzó un alto grado de desarrollo gracias a haberse convertido en un importante lugar de intercambios comerciales de seda procedente de China. Entonces, en 1220 fue ferozmente saqueada por los mongoles de Gengis Jan y casi deshabitada y destruida. No obstante, el periodo dorado de la gran Samarcanda todavía estaba por llegar: tuvo lugar durante los siglos XIV y XV, cuando allí residía la corte del gran Tamerlán, un gobernante poderoso y cuya fama se extendía por los cuatro rincones del Globo. Un embajador del rey Enrique III de Castilla, Ruy González de Clavijo, llegó a Samarcanda en 1404 y reunió con Tamerlán para forjar una alianza contra los turcos, pero el Jan murió sin haberse ultimado los detalles del acuerdo.
Caminar entre las plazas y calles de Uzbekistán en cierto modo plantea el dilema de la relatividad del tiempo. ¿Cómo es posible que llegues a un lugar en el que todos los arquetipos occidentales modernos están completamente ausentes? Los viajeros que se adentran en sus calles no se sienten capaz de ignorar una profunda sensación de extrañeza, una inquietante sensación de extranjero lejano y perdido, una sensación de que, de alguna forma misteriosa e inescrutable, la muerte de Tamerlán en 1405 detuvo para siempre el reloj de arena de Samarcanda. Esta sensación se hace especialmente presente cuando se pasea en torno a la plaza de Registán, palabra que significa «lugar de arena» y que concuerda con el adobe que se usó para construir sus tres madrazas (Ulugh Beg, Sherdar, Tilla-Kari). No obstante, Samarcanda es mucho más que Registán: también se puede visitar la mezquita Bibi Khanum, la necrópolis de Shah-i-Zinda o el mausoleo de Gur-e Amir. Por último, otra de las visitas más curiosas de Samarcanda es el observatorio astronómico de Ulugh Beg, nieto de Tamerlán, en el cual hay un impresionante sextante —objeto de medición astronómica— de gran tamaño.
0 respuestas hasta ahora ↓
No hay comentarios hasta ahora... el tuyo puede ser el primero.
Deja un comentario