Entre los siglos X y XII, la órbita cristiana estaba sometida al poder de la inmoralidad a pesar del fuerte influjo de la iglesia y de su preponderante papel en la sociedad medieval. En parte, ese desvío de la conducta según los cánones de la época estaría provocado, entre otras razones, por la cercanía del fin del mundo —recordemos que muchos pensaban que el Juicio Final tendría lugar en torno al año 1000—, la cual era interpretada por una mayoría no precisamente como una invitación a la castidad, la mesura y el orden, sino como un acicate para darse a los placeres de la vida sin medida ni concierto. No había demasiada fe en la otra vida. En aquella época, sin embargo, bastantes personas temerosas de Dios sí creían en una vida venidera que consideraban como la vida real, la única importante, y estaban convencidos de que el camino para disfrutarla plenamente era seguir los pasos impuestos por el ascetismo, que se traducía en una inflexible castidad y una dieta que rechazaba los huevos, la carne o la leche. Nos estamos refiriendo a los cátaros o albigenses, que surgieron en los siglos X y XI en el Mediodía francés por influjo de sectas anteriores que propugnaban preceptos similares. La denominación de «cátaro» procede de la raíz griega «καθαρός», es decir, «puro», un calificativo que no solo quería aludir a su extremo ascetismo, sino también a que entendían que el mundo era dual (maniqueísmo), en el sentido de que, para ellos, el demonio habría creado el mundo material, impuro, mientras que Dios habría creado el espiritual, puro. Esta pequeña introducción histórica es crucial para entender las distintas entradas que tiene la serie de reportajes que comenzamos hoy: Cátaros. Comenzaremos por hablar de los increíbles castillos de Lastours.
Lógicamente, la Iglesia no iba a permitir que un conjunto tan importante de personas se desviase de la ortodoxia con tanta facilidad y, tras intentar varias acciones coactivas, pero pacíficas, el papa Inocencio III (1161-1216) convocó una cruzada contra la llamada herejía albigense, una cruzada que se desarrolló entre los años 1209 y 1244, lo que propició la construcción castillos y fortalezas que sirvieran de refugio y como baluartes defensivos. Algunos de los más significativos fueron los castillos de Lastours, que son cuatro, pero no coetáneos. Los tres primeros fueron levantados en siglo XII por la familia Cabaret, que, en el momento en que comienza la cruzada, decide cobijar a gran cantidad de refugiados cátaros en ellos. El barón Pedro Roger de Cabaret había permitido tiempo atrás el asentamiento de muchos cátaros en las localidades de sus dominios y ahora se comprometía a cuidar de ellos. Por fortuna, Cabaret contaba con el castillo de Cabaret, el castillo de Surdespine y el castillo de Querthineux, que, si pueden definirse de alguna manera, esta es como «inexpugnables». Todos los asedios a la posición fracasaron y solo cayeron en manos de los cruzados en virtud de negociaciones.
Desde el primer momento de la cruzada, los castillos de Lastours sufren los ataques del caudillo cruzado Simón de Montfort, pero siempre resisten con éxito. Las negociaciones comienzan a los dos años de la contienda, en 1211, y los cátaros resuelven ceder Lastours para lograr otra serie de prebendas. A causa de estos avatares, Pedro Roger de Cabaret pierde los dominios que le corresponden y los cátaros allí refugiados se desplazan a otros lugares del Mediodía francés. No será hasta 1223 cuando recupera la gestión de sus posesiones, pero no por mucho tiempo. Los cruzados recuperarán definitivamente la posición tras el largo asedio de 1227-1229, y no volvería a cambiar de manos hasta el final de las hostilidades. Para que podamos hacernos una idea de la importancia estratégica de este enclave, la campaña de 1229 se conoce como Guerra de Cabaret, ya que los castillos de Lastours se consideraban el cerrojo de las tierras de Languedoc. En la actualidad, un vistazo al enclave nos permite entender perfectamente la importancia estratégica de esta posición. Pasear por las ruinas de los castillos de Lastours puede despertar en los más sentimentales evocaciones que podrían pertenecer —¿quién sabe?— a alguno de nuestros antepasados…
Tras algunos años de paz, el rey de Francia decide imponer definitivamente su control sobre toda Francia, y para eso construye otro castillo: la Torre Régine, el cuarto de los castillos de Lastours y que no es propiamente cátaro. Actualmente, las rutas de los castillos cátaros recorren la región de Languedoc uniendo unos enclaves con otros, como Albi, ciudad que se describe en otra entrada, u otros castillos que jugaron un importante papel en la Cruzada Albigense.
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