Decíamos la semana pasada que hay cosas que un ser humano tiene que hacer a lo largo de su vida para dar sentido a su existencia. Las conocemos todos: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Pero hacíamos una excepción con aquellos viajeros que anteponen sobre las demás cosas el conocer nuevos destinos y lugares. Por ese motivo, en esta bitácora decidimos exponer 10 lugares que visitar una vez en la vida, cinco de ellos los desvelamos la semana pasada y en esta ocasión queremos desvelar los cinco restantes. Esta vez, podemos encontrar un destino en Turkmenistán, un destino en Bolivia, un destino en China, un destino en México y otro en Estados Unidos. Estos son los otros cinco destinos que se deben visitar una vez en la vida, según 2.0 Viajes:
Las Puertas del Infierno, en Darvaza (Turkmenistán):
Foto realizada por Tormod Sandtorv, (CC BY-SA).
En el desierto de Karakum (Turkmenistán) hay un curioso accidente que se conoce como las Puertas del Infierno, un nombre, por cierto, bastante explícito. También se conoce como pozo de Darvaza o cráter de Darvaza, porque se encuentra cerca de una pequeña localidad que llama Darvaza. Las Puertas del Infierno, que tienen un diámetro de 60 metros, son el resultado de una antigua prospección gasística realizada por ingenieros soviéticos que prendieron fuego al gas y que desde 1971 arde sin parar. La zona, y en general Turkmenistán, es rica en yacimientos petrolíferos y gasísticos. Es probable que las autoridades terminen cerrándolo porque afecta a la explotación de otros pozos en la zona.
El salar de Uyuni, Potosí (Bolivia):
La carta de presentación del salar de Uyuni es una oda a las grandes dimensiones: se trata del mayor desierto de sal continuo de todo el Planeta, con una superficie de 10.582 km². Este enorme lugar se formó por la desecación de antiguos lagos y se calcula que en él puede haber unos 25.000 millones de toneladas de sal. Sin embargo, el salar de Uyuni no solamente tiene sal, sino otros minerales de gran importancia en la actualidad, como el litio, el potasio, el boro y el magnesio. Cada año 60.000 turistas visitan el salar de Uyuni.
El bosque de piedra de Shilin (Yunnan, China):
También conocido como karst de Shilin, el bosque de piedra de Shilin es una enorme extensión de origen kárstico labrada a lo largo de los siglos por la erosión de los agentes climáticos. Es un paisaje formado por rocas altas que parecen surgir del suelo repentinamente, como estalagmitas, y que dan la impresión de ser una especie de bosque petrificado. Desde 2007, el bosque de piedra de Naigu y la aldea de Suogeyi forman parte del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco con la denominación de «Karst de China meridional».
Cristales de la cueva de Naica, Chihuahua (México):
Foto realizada por Alexander Van Driessche, W. Commons (CC BY-SA).
En la localidad mexicana de Naica existe una explotación minera llamada mina de Naica que es famosa por las enormes formaciones cristalinas que se encuentran en su interior: algunas de ellas tienen unas dimensiones de 15 metros de largo por dos de ancho. La llamada Cueva de los Cristales es la única cámara que se encuentra abierta al público, ya que otras se encuentran a enormes temperaturas.
The Wave, Arizona (EE.UU.):
The Wave es un curioso accidente geográfico que se encuentra en Arizona, Estados Unidos. Se trata de formaciones rocosas de arenisca que se fueron labrando por la acción del viento a lo largo de los siglos y tienen forma de olas, por eso en inglés se llama The Wave (La Ola). Los numerosos granos de arena procedentes del cercano desierto de Arizona tornearon estos parajes hasta que adoptaron la forma actual. Lo cierto es que casi se podría decir que es una especie de tempestad petrificada.
Con estos cinco lugares que se deben visitar al menos una vez en la vida, concluimos esta breve serie de reportajes dedicada a lugares increíbles del Planeta no demasiado conocidos, pero que presentan un aspecto tan peculiar que parece que, hasta que no se visitan, no pueden llegar a ser reales. Pero que conste: no usamos Photoshop.
Todo el mundo sabe que hay que hacer una serie de cosas a lo largo de la vida sin las que, por así decirlo, no tendríamos redención. Normalmente son tres las cosas que se consideran que darán sentido a nuestra vida: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Sin embargo, para los viajeros empedernidos puede no ser suficiente realizar las tres cosas o puede incluso que prefieran sustituir una de ellas por algún destino por el que sienta especial antojo. En 2.0 Viajes empatizamos completamente con esas personas y por ello hemos decidido seleccionar diez lugares del Planeta que tienen que visitarse alguna vez en la vida. Cueste lo que cueste.
En esta entrada presentamos los primeros cinco destinos de nuestro top 10 de destinos que visitar una vez en la vida, entre los cuales podemos encontrar un destino español, otro estadounidense, otro turco, otro mauritano y otro ucraniano. Una ensalada de países y lugares que sustraen el aliento y despiertan algo hoy tan escaso como la capacidad para sorprendernos. Ahí van:
1. Parque Nacional de Timanfaya, Islas Canarias:
Foto: Son of Groucho, Flickr (CC BY).
Timanfaya es un paisaje volcánico que se extiende a lo largo de unos 51 km² de superficie. Se encuentra al suroeste de la isla de Lanzarote (Canarias, España), donde la actividad volcánica ha sido muy intensa durante los últimos siglos. Se recuerdan especialmente las erupciones de 1799, que enterró varios pueblos y que generó una nueva montaña, y de 1824, que creó las elevaciones de Volcán de Tinguatón, Tao y Nuevo del Fuego. Aún hoy existen algunos géiseres y hornos en los que se puede hasta cocinar alimentos. En 1974 se le declaró Parque Nacional y en 1993, la Unesco incluyó el Parque Nacional de Timanfaya, junto con el resto de Lanzarote, en la calificación de Reserva de la Biosfera. Los amantes del avistamiento de aves también tienen aquí un lugar de especial interés, pues es Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA).
2. La Gran Fuente Prismática, Yellowstone:
La coloración se debe a las bacterias pigmentadas que viven alrededor.
La Gran Fuente Prismática de Yellowstone se considera la mayor fuente de aguas termales de Estados Unidos y, según se afirma en la wikipedia, es la tercera mayor del mundo. La extensión de esta poza de agua es de 7.200 m² y sus aguas brotan a una temperatura de 70 ºC. La denominación de «prismática» se debe a que los colores que hay alrededor de las aguas tienen muchas de las tonalidades que se crean al pasar un rayo de luz por un prisma: y, ciertamente, parece que se trata de un arcoiris. No obstante, hay que saber que los colores de la Gran Fuente Prismática no se deben a la refracción de la luz, sino a las bacterias pigmentadas que habitan en los alrededores.
3. Las cascadas blancas de Pamukkale, Denizli:
Foto: Brocken Inaglory, Wikimedia Commons.
Junto a la ciudad turca de Denizli (Turquía), se encuentra unos de los paisajes más emblemáticos de la península de Anatolia: las cascadas de Pamukkale. También son fuentes de aguas termales ricas en bicarbonato y calcio, lo que genera que se vayan formando capas de de bicarbonato de calcio y roca caliza de color blanco que otorgan al paisaje una personalidad única. Muy cerca de las cascadas blancas de Pamukkale se encuentra la antigua ciudad de Hierápolis, de origen helenístico y que los romanos usaban como residencia veraniega y como lugar de recuperación por las aguas termales de las cascadas de Pamukkale. Ambos lugares forman parte del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1998 con la denominación Hierápolis – Pamukkale.
4. La estructura de Richat, en Sahara:
Foto: Wikimedia Commons (CC BY-SA).
La estructura de Richat tiene varios nombres, como el Ojo del Sahara o Guelb er Richat, pero todos se refieren una estructura circular de unos 40 kilómetros de diámetro que se encuentra en Mauritania. Los expertos afirman que esta estructura geológica es producto de la erosión de rocas ígneas que se encuentran allí desde la era proterozoica (unos 2.500 millones de años). A la formación de este inaudito lugar también han contribuido los circuitos hidrotermales que se encuentran en la zona.
5. Túnel del Amor, en Klevan:
Foto de iSavoch, Wikimedia Commons, CC BY-SA.
El llamado túnel del amor, que se encuentra en Ucrania, es realmente un lugar romántico para dar un paseo con la pareja, siempre y cuando el fragor del acero no interrumpa el mágico momento. Y fragor no porque se libren batallas en su entorno de cuando en cuando, sino porque el túnel es un tramo de tres kilómetros de extensión por el que pasa tres veces al día el tren de una cercana fábrica de maderas. El túnel del amor está formado por árboles cuyas ramas forman un arco sobre las vías del tren.
En la próxima entrada desvelaremos los siguientes cinco lugares que merecen la pena ser visitados una vez en la vida.
Valparaíso, o Valpo, como la llaman distendidamente sus naturales, se encuentra a unos 130 km al noroeste de la capital de Chile: Santiago. Valparaíso no tiene un aeropuerto propio, por lo que la mejor vía para acceder a la ciudad es a través del Aeropuerto Internacional Arturo Merino Benítez de Santiago de Chile, desde donde se puede coger un autobús que en hora y media nos llevará hasta el corazón de la «Joya del Pacífico», apelativo que llevan a gala todos los «porteños», que es el gentilicio de los habitantes de Valparaíso. Otra de las opciones más interesantes para llegar a Valparaíso y moverse un poco por este extenso país —en dirección norte-sur, la superficie del país supera los 4.200 kilómetros y sus costas— es alquilar un coche, una opción que también podemos realizar en el aeropuerto de Santiago. La ciudad de Valparaíso es famosa por sus ambientes bohemios, sus coloreadas casas de estilo colonial, entremezcladas con otras de estilo victoriano, y por unas vistas del océano Pacífico realmente impresionantes desde sus escarpados cerros costeros. De hecho la ciudad se divide en dos zonas determinadas precisamente por la orografía: el plan, que es la parte llana y en la que se encuentran los edificios públicos y la zona comercial, y los cerros, que son las zonas residenciales.
Localización de Valparaíso (Google maps). Clic para ir la mapa.
Valparaíso desde el cerro de artillería. Foto: Dgo96, Wikimedia Commons (CC BY-SA).
El precioso nombre de la ciudad, Valparaíso, se lo puso Juan de Saavedra, un marino español que visitó el lugar por primera vez en 1536. Este explorador, que vivió la conquista del Perú y fue testigo de los avatares que se desencadenaron posteriormente entre las facciones de Francisco Pizarro y Diego de Almagro, había nacido en la localidad conquense de Valparaíso de Arriba, motivo por el cual decidió bautizar a este puerto natural con el precioso nombre con que lo conocemos hoy. En 1541, Pedro de Valdivia fundó la ciudad de Santiago y necesitaba de abastos y provisiones varias que iba recibiedo con cuentagotas a través de la bahía de Valparaíso. Como una especie de señal de agradecimiento, el 3 de septiembre de 1544 Valdivia redactó una carta de fundación por la que se declaraba a Valparaíso puerto de la nueva colonia. Poco a poco fue ganando en importancia gracias al tráfico marítimo generado por el trasiego de mercancías y materias primas que iban destinadas a Lima. No obstante, hasta 1791 no pudo tener un cabildo, es decir, un ayuntamiento propio.
Valparaíso, cerro de Los Placeres. Foto de Naxsquire, Wikimedia Commons (CC BY-SA).
Iglesia de La Matriz, la primera que se edificó en Valparaíso (1559). Al principio no era más que una choza. Foto: SebaTomas, W. Commons (CC BY-SA).
Arco que regaló el gobierno británico a Chile en 1910 por el centenario de la Independencia. Foto: Beatrice Murch, W. Commons (CC BY-SA).
El casco histórico de la ciudad portuaria de Valparaíso es uno de los conjuntos coloniales más importantes de Iberoamérica. Desde el año 2003, fue incluido en la lista del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco por «constituir un ejemplo notable del desarrollo urbano y arquitectónico de Iberoamérica a finales del siglo XIX», pero además también ha sido capaz de conservar «interesantes estructuras de los inicios de la era industrial, por ejemplo los múltiples funiculares que recorren las escarpadas laderas de las colinas». Uno de los principales atractivos del casco histórico es que ha sabido armonizar los estilos europeos hispánico y victoriano, estando los dos presentes sin que se produzca un cierto conflicto visual. La llegada de numerosos emigrantes británicos durante el siglo XIX contribuyó en gran medida a introducir este estilo en la ciudad. No obstante, hay que tener presente que la arquitectura que se conserva hoy es producto de la reconstrucción que realizaron las autoridades tras el terremoto de 1906.
En definitiva, Valparaíso es una ciudad tranquila donde el ambiente universitario permite diversas opciones de ocio nocturno —hay tres universidades—. Los bares abren hasta las cuatro de la mañana entre semana y hasta las cinco de la mañana los fines de semana, pero el ambiente empieza hacia las 12 de la noche. Por lo que se refiere a las compras, no hay demasiadas opciones, pero existe un gran centro comercial en Avenida Brasil. Por otro lado, el plato típico de Valparaíso es la Chorrillana, que consiste en un plato de patatas fritas acompañado por salchichas, huevos, panceta u otro tipo de complemento, el cual varía en todo Chile en función de la región en que nos encontremos.
Con la entrada de hoy, damos por cerrada la colección de reportajes sobre destinos cátaros del sur de Francia que comenzamos hace dos semanas, con una entrada sobre los castillos de Lastours. Pero además, también cerramos un subapartado de la colección que trata exclusivamente de las rutas de los castillos cátaros en la región del Mediodía francés. Si en la entrada anterior abordamos las tres rutas más importantes (ruta de Carcasona, ruta del país de Foix y la ruta de la montaña Negra), en esta abordaremos otras tres que tienen un cierto interés tanto patrimonial como paisajístico: la ruta del Albigeres, que tiene como centro neurálgico la localidad de Albi; la ruta de Lauragais, cuyo paisaje es una extensa llanura; y la ruta de Toulouse, cuyo centro es la ciudad de Toulouse.
Ruta del Albigeres
Las casas a orillas del río Agoût.
La ruta del Albigeres recoge el nombre de la principal localidad por la que discurre: Albi, que tratamos detalladamente en este otro reportaje. Lo más destacado de la ciudad son su arrabal de Saint-Salvi, la catedral gótica de Santa Cecilia, construida con ladrillo y mezclando las estructuras de un templo cristiano con las propias de una fortaleza, y el palacio de la Berbie, que fue el antiguo palacio de los obispos de Albi. Este es hoy un museo dedicado al famoso pintor postimpresionista Toulouse-Lautrec, ya que es oriundo de la localidad. En las cercanías podemos descubrir interesantes templos, como la iglesia de Saint-Salvi, del siglo XII, y la iglesia románica de Lescure. A unos 42 kilómetros al sur de Albi se encuentra la segunda localidad de esta ruta: Castres. No se conserva demasiado de la época de los cátaros, pero la ciudad tiene un aspecto clásico que todavía despierta el interés de los viajeros. Una de las estampas típicas de la ciudad es la de las casas a orillas del río Agoût, y quizá uno de los lugares más visitados sean los jardines del Palacio Episcopal de Castres, que, al igual que los de Versalles, fueron diseñados por el famoso jardinero André le Nôtre. Por otro lado, también se puede disfrutar del Museo de Arte Hispánico en el segundo piso del ayuntamiento, que también se encuentra en el Palacio Episcopal, donde se pueden contemplar obras de pintores españoles como Zurbarán, Goya o Ribera.
Ruta de Albigeres (Google maps). Clic para ir al mapa.
Ruta de Lauragais
Paisaje desde Fanjeaux. Foto de Elizabeth Schwegler, Wikimedia Commons (CC BY-SA).
La región de Lauragais fue una en las que arraigó con más fuerza el catarismo durante la Edad Media. Por ejemplo, los mimos señores de la región, que eran los señores de Laurac, mostraron siempre una actitud amistosa con los cátaros e incluso tomó medidas para incrementar la población cátara de la región. De hecho existen algunas leyendas en la región sobre el apostolado de santos como Domingo de Guzmán en el región, que se dice que en una controversia entre él y un patriarca cátaro, decidió arrojar los textos de uno y otro al fuego, del cual solamente se salvaría el de Santo Domingo de Guzmán. Este hecho se conoce como «el milagro de Fanjeaux», que luego sería retratado en una pintura de Pedro Berruguete. Curiosidades aparte, esta ruta se reduce a visitar dos destinos: Bram y Fanjeaux. El casco antiguo de Bram es bastante curioso, ya que está formado por círculos concéntricos de edificios, una forma de crecimiento que vino determinada por la muralla circular que poseía esta localidad en la Edad Media. Desde Bram, el viajero puede acercarse hasta el tramo del Canal de Midi que pasa por la región y disfrutar de un agradable paseo en barco. Después de ver Bram y saborear alguno de sus típicos vinos, el siguiente destino es la localidad de Fanjeaux, cuyo nombre, por cierto, procede del topónimo latino «Farum Jovis» —templo de Júpiter—; Fanjeaux conserva en su casco viejo varios ejemplos de la presencia de Santo Domingo de Guzmán en la región, ya que se cuenta que hacia 1215 sus discursos lograron convencer a diversas mujeres cátaras de reconvertirse al catolicismo y dedicar sus vidas a Dios en conventos. Desgraciadamente, ya no existen los castillos de Bram y de Fanjeaux, pero, sin duda, se trata de dos enclaves que en su tiempo fueron realmente importantes para los cátaros.
Ruta de Lauragais (Google maps). Clic para ir al mapa.
Ruta de Toulouse
Casco viejo de Lavaur, con la catedral de Saint-Alain en el centro, como edificio más destacado de la localidad. Foto de Poppy, Wikimedia Commons (CC BY-SA).
Toulouse fue el principal centro cátaro del Mediodía francés, por lo que fue uno de los enclaves más castigados durante la Cruzada Albigense. Debido a ello, es en Toulouse donde se conservan más memoriales de las hogueras preparadas para purificar a los cátaros. El vino de Armagnac, que se elabora en estas tierras, es uno de los caldos más famosos del sur de Francia. En cualquier caso, la ciudad de Toulouse es la quinta mayor de Francia, producto de un fuerte crecimiento demográfico y económico durante los últimos siglos, algo que, lógicamente, trae una inevitable pérdida de patrimonio antiguo para dar cabida en nuevos edificios a los nuevos ciudadanos. En la actualidad se conoce a Toulouse con el sobrenombre de la «Ciudad Rosa» debido a los ladrillos con que están hechos muchos de los edificios antiguos. No obstante, hay algunos barrios en el centro que todavía conservan tanto el urbanismo medieval como algunos edificios de la época. Una vez vista Toulouse, a unos 44 km al noreste, se encuentra el último de los enclaves cátaros que vamos a tratar: la localidad de Lavaur. Actualmente en Lavaur se conserva poco patrimonio medieval, aunque de gran valor, como la catedral de Saint-Alain.
Ruta de Toulouse (Google maps). Clic para ampliar.
Canal del Mediodía (Canal du Midi)
Para concluir la colección sobre los destinos cátaros de Francia, vamos a realizar una pequeña mención al famoso canal del Mediodía francés, también conocido como el canal du Midi. Se trata de una vía navegable abierta en Francia durante el siglo XVII que servía para unir en la localidad de Toulouse el río Garona, que accede al Atlántico a través de Burdeos, con el río Ródano, que desemboca en el Mediterráneo. Parece que los romanos ya pensaron en el proyecto para evitar descender hasta el estrecho de Gibraltar, pero no sería hasta el siglo XVII cuando se llevaría a cabo. En la actualidad, se usa para el tráfico de barcos desde el Atlántico al Mediterráneo y para realizar turismo fluvial en barcos que realizan recorridos de una o dos horas. Desde 1996, el canal del Mediodía es Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
Después de tres reportajes sobre los lugares más emblemáticos del catarismo, con esta entrega entramos en la parte final de esta serie temática que hemos titulado «Cátaros». Hasta ahora hemos tratado lugares con la suficiente entidad como para convertirse en visitas autónomas para aquel viajero que se lance a recorrer la Francia cátara, pero hoy vamos a entrar en la fase final de la colección realizando una descripción de las tres principales rutas de los castillos cátaros —en la próxima entrada se tratarán las otras tres rutas—. Los destinos que comprenden estas rutas se pueden visitar en un par de horas, por lo que se trata de rutas bastante dinámicas.
En la anterior entrada hablamos precisamente de la increíble ciudadela de Carcasona, que los franceses llamamos Cité de Carcassone, y que hoy nos da pie para comenzar la enumeración de las diferentes rutas de los castillos cátaros.
Ruta de Carcasona
Catedral de Narbona. Foto: Thomas Kaffenberger, Wikimedia Commons (CC BY-SA).
Para las personas que procedan de España, la mejor ciudad para comenzar la ruta es Narbona, ya que, aunque Carcasona se encuentra en el centro geográfico de la misma, el viajero tendría que ir primero hacia el este o el oeste y después deshacer el camino andado. Por tanto, lo óptimo es comenzar la ruta en Narbona, donde, aunque no existe un patrimonio medieval tan concreto y claro como el de Carcasona o Albi, sí tiene algunos ejemplos excepcionales: el principal es la impresionante catedral de San Justo y San Pastor, cuyas dimensiones realmente son sobrecogedoras; por otro lado, la otra gran muestra medieval de Narbona es el complejo arquitectónico del palacio de los Arzobispos de Narbona, que comprende el Palacio Viejo y el Palacio Nuevo, y que conserva trazas de las épocas romana, carolingia, románica, gótica y renacentista. Después de ver Narbona, la ruta continúa por la ciudad de Carcasona (ya hablamos de ella aquí), en la que podremos disfrutar de la increíble ciudadela y comer algún plato típico de la región, como una deliciosa cassoulet (alubias blancas con diferentes tipos de carne, como costilla de cerdo, butifarra de Tolosa, pato confitado o tocino), o un postre como los petits carcassonnais. Después de Carcasona, la ruta continúa hacia la localidad de Castelnaudary, donde se dice que se puede probar la mejor cassoulet de Francia; en Castelnaudary también se puede navegar a través del Canal de Midi, que es Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, y disfrutar del interesante patrimonio histórico que, aunque no tiene demasiado que ver con los cátaros, merece bastante la pena, como la colegiata de Saint-Michel (siglo XIII), o el castillo de la localidad. La ruta de Carcasona concluye en la localidad de Limoux, que también sufrió los ataques de los cruzados de Simón de Montfort y que hoy es famosa por su champán brut y por sus vinos blancos. Otros lugares que se pueden visitar en esta zona son el castillo de Menerba, el castillo de Queribus, el castillo de Arques, el castillo de Puilaurens y el castillo de Villerouge-Termenes.
Ruta de Carcasona (Google maps). Clicar para ir al mapa.
Ruta del país de Foix
Foto de Gerbil, Wikimedia Commons (CC BY-SA).
La región de Foix era una antigua comarca cátara cuyo paisaje está formado por suaves pendientes, muy adecuados para el cultivo de vides. En la pequeña localidad de Foix se conserva uno de los castillos más importantes de los cátaros, que dependía de la ciudad de Carcasona: el castillo de Foix, cuyo rasgo más característico son sus tres torres de cuento. Además, la localidad de Foix aún conserva algunas callejuelas medievales que ayudan a transportarnos a épocas pasadas y, de algún modo, revivir el día a día de los complicados tiempos medievales. A unos 32 kilómetros de Foix se encuentra otro de los lugares más emblemáticos del catarismo: el castillo de Montségur, que se encuentra en un alto prácticamente inaccesible. La ruta de Foix continúa en Puivert, donde está el castillo de Puivert, bastante bien conservado, y que, a diferencia de otros castillos cátaros, no se encuentra en un promontorio, sino en la ladera de una colina. El siguiente destino en la ruta es el castillo de Rocafixada, que se encuentra en un mirador desde el cual se oteaba el horizonte para prevenir invasiones y que en la actualidad constituye un punto excelente de observación del paisaje. La ruta del país de Foix termina en el castillo de Usson, otra de las ruinas más impactantes del catarismo: se enclava sobre unos riscos de difícil acceso y, aunque no se conserva tan bien como otros, todavía queda bastante de su estructura en pie gracias a los trabajos de consolidación de finales del siglo XIX. Por otro lado, esta zona tiene la peculiaridad de albergar una gran cantidad de cuevas en las que, a veces, se han podido encontrar restos humanos prehistóricos. Ejemplos de ellas son las de Mas d’Azil, Lambrives o Pech Merlé.
Ruta del país de Foix (Google maps). Clic para ampliar.
Ruta de la montaña Negra
Castillos de Lastours. Foto de Jean-Pol GRANDMONT, W. Commons (CC BY-SA).
Sin duda los castillos estrella de la ruta de la montaña Negra son los castillos de Lastours, que ya tratamos en el primero de los reportajes sobre los cátaros, por su simbolismo y por la importancia que tuvo el enclave durante la Cruzada Albigense. En cualquier caso, la zona merece la pena solamente por su increíble naturaleza, con numerosas montañas y bosques que convierten la región en un lugar bastante complicado e inaccesible. La ruta parte desde el enclave de Lastours, donde se encuentran los cuatro castillos que coronan la cima de una pronunciada colina de la montaña Negra: Cabaret, Surdespine, Quertineux y Torre Regina. Después de disfrutar de este precioso lugar, sin duda cautivador, podemos continuar la ruta de la montaña negra por el castillo de Miravall, que recientemente pasó a la fama porque Brad Pitt y Angelina Jolie lo alquilaron durante varios años y luego lo adquirieron y reformaron. Por último, para cerrar la ruta, el viajero se dirigirá al castillo de Saissac, que está un poco apartado del pueblo de Saissac, para aprovechar estratégicamente los acantilados que se encuentran en la zona del río Vernassone; aunque se encuentra en ruinas, el castillo de Saissac es todavía hoy un conjunto imponente capaz de infundir en el viajero buena parte del respecto que infundió a los aguerridos cruzados de Simón de Montfort. La ruta de la montaña Negra no solamente es propia para aquellos a los que les gusta disfrutar de la historia, sino también para aquellos que pretenden disfrutar de los paisajes y la naturaleza del precioso Mediodía francés.
Ruta de la montaña Negra (Google maps). Clic para ir al mapa.
Con esta primera entrada sobre las rutas de los castillos cátaros entramos ya en la fase final de la colección dedicada a los cátaros. La próxima semana, se abordarán las últimas tres rutas de los castillos cátaros para concluir esta serie de reportajes que hemos titulado «cátaros».
La semana pasada comenzamos esta colección de reportajes sobre los enclaves cátaros del sur de Francia, con un reportaje sobre los castillos cátaros de Lastours y otro sobre la ciudad de Albi, dos de los enclaves cátaros más sorprendentes del Mediodía francés. Esta semana la inauguramos con la redacción de un artículo del que se puede considerar como centro neurálgico de los territorios cátaros medievales: la ciudad de Carcasona, en la cual se encuentra la famosa ciudadela medieval de Carcasona. Esta localidad francesa se ubica a unos 150 kilómetros desde la frontera de España en el puerto de Perthus (Gerona), que es el punto más cercano hasta Carcasona, a unos 300 km desde Barcelona y a 880 km de Madrid por la ruta A-1 y A-64, o 900 km por la ruta A-2. La localidad está bañada por el río Aude, que es lo bastante grande como para que los franceses lo consideren el pretexto pretexto para hacer algo monumental: el puente Viejo (pont Vieux), que conduce directamente a los pies de la ciudadela cátara de Carcasona y que se construyó en el siglo XIV. Se trata además de un destino que ofrece actividades para un turismo algo diferente: muy próximo a Carcasona se encuentra un tramo del Canal du Midi (Canal del Mediodía), que es una vía navegable artificial que une Toulouse y Burdeos y que se construyó en el siglo XVII, y en la que se puede navegar.
Localización de Carcasona (Google maps). Clic para ir al mapa.
El río Aude, atravesado por el puente Viejo, que lleva a los pies de la ciudadela medieval. Foto de Jean-Pol GRANDMONT, Wikimedia Commons.
La ciudadela de Carcasona, que tuvo sus orígenes en la época prerromana, se había convertido a principios del siglo XIII en una de las capitales del catarismo que tan rápido se estaba extendiendo por el Mediodía francés. Los dos señores más poderosos de la región, el conde de Tolosa y el vizconde de Carcasona, fueron declarados herejes por el papa Inocencio III al no oponerse a la expansión de los cátaros en el año en que se convocó la Cruzada Albigense (1209-1244). Como todos previeron, Carcasona se convirtió en seguida en uno de los primeros objetivos del ejército de Simón de Montfort, quien, tras dos semanas de asedio, logró entrar en la ciudad. Cambiaría de manos un par de veces más y, cuando concluyó la cruzada, la ciudadela entraría a formar parte de los dominios de los reyes de Francia definitivamente, quienes construirán el segundo cinturón de murallas que podemos ver hoy. Pese a que la ciudadela se encontraba en la órbita de interés de la Corona de Aragón, dejará de tener un papel estratégico para España después de ceder a Francia el Rosellón en el Tratado de los Pirineos (1659). Gracias al prolongado periodo de paz que disfrutó la región durante los siguientes siglos —a excepción de la expedición del general Antonio Ricardos en 1793 contra la República Francesa—, la Cité de Carcassone, como se conoce en francés, cayó en el abandono hasta que las intensas restauraciones llevadas a cabo en el siglo XIX le dieron el admirable aspecto actual. En 1997, con toda justificación, la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad a la «Ciudad histórica fortificada de Carcasona».
Otra perspectiva de la ciudadela de Carcasona o, como dicen los franceses, Cité de Carcassone. Foto libre de derechos, Wikimedia Commons.
Entrada a la ciudadela a través de la puerta del Aude. Foto de Dano (Flickr).
Torre galorromana, con forma de herradura. Foto de Pinpin, W. Commons.
La organización cultural internacional argumentó para la inclusión del sitio en el Patrimonio de la humanidad que «Carcasona es un ejemplo destacado de ciudad medieval fortificada provista de un vasto sistema defensivo que circunda el castillo y sus dependencias», pero no se limita a admirar únicamente este aspecto. También le resulta destacable «la soberbia catedral gótica y el resto de los edificios urbanos». Efectivamente, el conjunto defensivo realmente es imponente, con unos tres kilómetros de lienzos de murallas defendidos por 52 enormes torres —17 de ellas galorromanas, por cierto—, y un total de cuatro puertas situadas en cada uno de los puntos cardinales de la ciudadela: la puerta de Narbona, la puerta de Aude, la puerta del burgo o de Rodez y la puerta de Saint-Nazarie; hay que añadir en la lista de las estructuras de la fortificación medieval el castillo Condal de Carcasona, que mandó erigir Bermard Trencavel en torno a 1130 y que los reyes franceses dieron luego su estructura definitiva. Por lo que respecta a la basílica de Saint-Nazaire, se trata de una de las mejores muestras del gótico francés en el sur de Francia —aunque parte de su estructura es de origen románico—.
Foto de la entrada del castillo condal, con el puente que da acceso a él y que salvaba el foso original del castillo. Foto de Jonaslange, Wikimedia Commons.
Foto de Zewan, Wikimedia Commons.
La Unesco concluye afirmando que «la importancia de Carcasona se debe también a que fue el escenario de prolongadas obras de restauración emprendidas por Eugène Viollet-le-Duc, uno de los creadores del arte moderno de la conservación y rehabilitación de monumentos y obras de arte». No obstante, Viollet-le-Duc ha recibido por parte de distintos autores diversas críticas que consisten, o bien en aducir que no debió restaurar el monumento para que así se conservase su verdadera esencia romántica, o bien que técnicamente las restauraciones pasan por alto detalles históricos importantes, como el hecho de haber empleado materiales ajenos a la zona, como la pizarra, para construir los tejados cónicos de las torres, que, por cierto, jamás existieron antes de la restauración.
Basílica de Saint Nazaire. Foto de Manfred Larcher, Wikimedia Commons.
Lo cierto es que la visión de la ciudadela de Carcasona desde lejos ayuda a retrotraer nuestra imaginación a los tiempos pasados y a fabular cómo se desarrollarían los sucesos y avatares que se desencadenaron durante la Cruzada Albigense, con las idas y venidas de personajes como el cruel Simón de Monfort, caudillo de los cruzados, y de los señores cátaros de Languedoc, abnegados que luchaban no solo por proteger a sus vasallos albigenses, sino por no perder sus propios dominios. Sumérgete en esta extraordinaria atmósfera medieval reservando aquí tu hotel en plena Cité de Carcassone. Y es que Carcasona es uno de los destinos turísticos más importantes de Francia por número de visitantes.
El martes pasado comenzábamos una serie de reportajes acerca de diferentes destinos en el Mediodía francés con un nexo en común: su pasado cátaro. Es la ocasión de hablar de una de las principales ciudades de los cátaros en la época de la Cruzada Albigense (1209-1244), una ciudad cuyo nombre sirvió para denominar aquellos herejes cátaros contra los que Inocencio III convocó la cruzada: la ciudad de Albi, situada a orillas del río Tarn, en el departamento francés de Tarn. Esta pequeña ciudad francesa fue escenario de varias de las duras purgas realizadas por la recién creada Inquisición francesa, mucho más cruel y destructiva que la española, que normalmente carga con esa imagen. Se quemó a multitud de cátaros en la hoguera para limpiar la herejía, pero como se trataba de una ciudad episcopal, Albi fue poco a poco recobrándose de la guerra y desarrollando un rico patrimonio histórico que todavía hoy se conserva. No en vano, Albi tiene la denominación Ciudad episcopal de Albi en la lista del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, desde 2010.
Localización de Albi (Google maps). Clic para ir al mapa.
La catedral de Santa Cecilia y el palacio del obispo de Albi.
Aunque Albi tuvo su origen en la época romana, los anales de la historia se detienen especialmente en los avatares que sufrió la ciudad y su población de cátaros durante la Edad Media, al calor de los tristes sucesos que se desencadenaron en la Cruzada Albigense. Cuando acabaron las guerras, Albi recobró su pujanza económica y pronto el obispo Bernard de Castanet mandó terminar el palacio del obispo (Palais de la Berbie) y ordenó que comenzaran las obras de la grandiosa catedral de Santa Cecilia, que comenzaron en el año 1282. La ciudad fue creciendo al calor del negocio de los tintes textiles y también gracias a los peajes que se cobraba a los forasteros por pasar por el que hoy se conoce como el Puente Viejo de Albi (Pont-Vieux). De toda aquella pujanza económica, lo más destacado que se conserva, en cuanto a patrimonio histórico-artístico, es lo que se conoce como la Ciudad episcopal de Albi, que, como ya se dijo, pertenece al Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
Vista del Puente Viejo y la catedral.
Foto de ICTINOS-B, Wikimedia Commons.
Foto de Xavier Guillot, W. Commons.
Parte del casco antiguo que se conoce como «ciudad episcopal» todavía es factura medieval, y no solamente los edificios más monumentales. El arrabal de Saint-Salvi, que esconde una colegiata de los siglos X y XI entre sus callejuelas es uno de los mejores ejemplos de gótico meridional, entre cuyas peculiaridades se encuentra la de construirse en ladrillo rojo que se fabricó con materiales obtenidos del río Tarn. Por lo que se refiere a la catedral de Santa Cecilia, está considerada como la joya del gótico meridional francés, no solamente por la calidad de los acabados en ladrillo rojo, sino porque su estructura es una combinación de arquitectura religiosa y arquitectura militar: es decir, se trata de una especie de castillo-iglesia. La catedral de Santa Cecilia es una de las iglesias más visitadas de Francia. Por otro lado, junto a la catedral se encuentra el famoso palacio del obispo, el palacio de la Berbie, que es un castillo formidable y en la actualidad alberga el museo Toulouse-Lautrec, con más de mil obras del famoso pintor postimpresionista, que nacería en Albi allá por 1864.
Foto de Sebastien.b, Wikimedia Commons (CC-BY-3.0.).
Arrabal de Saint-Salvi. Foto de G.Lanting, Wikimedia Commons.
Museo Toulouse Lautrec. Foto de Yeza, Wikimedia Commons.
Paseando por Albi, a muchos se les ha ocurrido el tópico de que aquel momento en que la historia se fija en ti es el momento en el que, de algún modo, te quedas anclado para siempre. ¡Larga vida a Albi!
Entre los siglos X y XII, la órbita cristiana estaba sometida al poder de la inmoralidad a pesar del fuerte influjo de la iglesia y de su preponderante papel en la sociedad medieval. En parte, ese desvío de la conducta según los cánones de la época estaría provocado, entre otras razones, por la cercanía del fin del mundo —recordemos que muchos pensaban que el Juicio Final tendría lugar en torno al año 1000—, la cual era interpretada por una mayoría no precisamente como una invitación a la castidad, la mesura y el orden, sino como un acicate para darse a los placeres de la vida sin medida ni concierto. No había demasiada fe en la otra vida. En aquella época, sin embargo, bastantes personas temerosas de Dios sí creían en una vida venidera que consideraban como la vida real, la única importante, y estaban convencidos de que el camino para disfrutarla plenamente era seguir los pasos impuestos por el ascetismo, que se traducía en una inflexible castidad y una dieta que rechazaba los huevos, la carne o la leche. Nos estamos refiriendo a los cátaros o albigenses, que surgieron en los siglos X y XI en el Mediodía francés por influjo de sectas anteriores que propugnaban preceptos similares. La denominación de «cátaro» procede de la raíz griega «καθαρός», es decir, «puro», un calificativo que no solo quería aludir a su extremo ascetismo, sino también a que entendían que el mundo era dual (maniqueísmo), en el sentido de que, para ellos, el demonio habría creado el mundo material, impuro, mientras que Dios habría creado el espiritual, puro. Esta pequeña introducción histórica es crucial para entender las distintas entradas que tiene la serie de reportajes que comenzamos hoy: Cátaros. Comenzaremos por hablar de los increíbles castillos de Lastours.
Ubicación de los castillos de Lastours (Google maps). Clic para ampliar.
El cuarteto de castillos de Lastours. Foto: Jean-Pol GRANDMONT, W. Commons.
Lógicamente, la Iglesia no iba a permitir que un conjunto tan importante de personas se desviase de la ortodoxia con tanta facilidad y, tras intentar varias acciones coactivas, pero pacíficas, el papa Inocencio III (1161-1216) convocó una cruzada contra la llamada herejía albigense, una cruzada que se desarrolló entre los años 1209 y 1244, lo que propició la construcción castillos y fortalezas que sirvieran de refugio y como baluartes defensivos. Algunos de los más significativos fueron los castillos de Lastours, que son cuatro, pero no coetáneos. Los tres primeros fueron levantados en siglo XII por la familia Cabaret, que, en el momento en que comienza la cruzada, decide cobijar a gran cantidad de refugiados cátaros en ellos. El barón Pedro Roger de Cabaret había permitido tiempo atrás el asentamiento de muchos cátaros en las localidades de sus dominios y ahora se comprometía a cuidar de ellos. Por fortuna, Cabaret contaba con el castillo de Cabaret, el castillo de Surdespine y el castillo de Querthineux, que, si pueden definirse de alguna manera, esta es como «inexpugnables». Todos los asedios a la posición fracasaron y solo cayeron en manos de los cruzados en virtud de negociaciones.
En primer término, la Torre Régina. Detrás, el castillo de Cabaret. Foto de Pinpin, W. Commons.
El castillo de Cabaret. Foto de Pethrus, W. Commons.
Desde el primer momento de la cruzada, los castillos de Lastours sufren los ataques del caudillo cruzado Simón de Montfort, pero siempre resisten con éxito. Las negociaciones comienzan a los dos años de la contienda, en 1211, y los cátaros resuelven ceder Lastours para lograr otra serie de prebendas. A causa de estos avatares, Pedro Roger de Cabaret pierde los dominios que le corresponden y los cátaros allí refugiados se desplazan a otros lugares del Mediodía francés. No será hasta 1223 cuando recupera la gestión de sus posesiones, pero no por mucho tiempo. Los cruzados recuperarán definitivamente la posición tras el largo asedio de 1227-1229, y no volvería a cambiar de manos hasta el final de las hostilidades. Para que podamos hacernos una idea de la importancia estratégica de este enclave, la campaña de 1229 se conoce como Guerra de Cabaret, ya que los castillos de Lastours se consideraban el cerrojo de las tierras de Languedoc. En la actualidad, un vistazo al enclave nos permite entender perfectamente la importancia estratégica de esta posición. Pasear por las ruinas de los castillos de Lastours puede despertar en los más sentimentales evocaciones que podrían pertenecer —¿quién sabe?— a alguno de nuestros antepasados…
Tras algunos años de paz, el rey de Francia decide imponer definitivamente su control sobre toda Francia, y para eso construye otro castillo: la Torre Régine, el cuarto de los castillos de Lastours y que no es propiamente cátaro. Actualmente, las rutas de los castillos cátaros recorren la región de Languedoc uniendo unos enclaves con otros, como Albi, ciudad que se describe en otra entrada, u otros castillos que jugaron un importante papel en la Cruzada Albigense.
Que de curiosidades está el mundo lleno es una realidad que pueden constatar los 4.870 resultados que ofrece Google a la pregunta «de curiosidades está el mundo lleno». Sin embargo, en esta humilde bitácora postulamos que el número de curiosidades se ubica más cerca de infinito que de cero en este planeta que llamamos Tierra. Una de esas infinitas curiosidades es un cementerio militar alemán que se encuentra en suelo español. No nos estamos refiriendo a una especie de Gibraltar alemán, sino al Cementerio Militar Alemán de Cuacos de Yuste, en el cual se encuentran enterrados aquellos soldados alemanes de los tres cuerpos que llegaron a territorio español a causa de los naufragios y el derribo de sus aviones durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial. en concreto en Cuacos de Yuste, en la provincia de Cáceres, Extremadura.
Ubicación de Cuacos de Yuste (Google maps). Clic para ir al mapa.
Foto de Zarateman, Wikimedia Commons.
En las guerras, la Muerte coge a los soldados allá donde su capricho determina, así que los restos de los militares que hoy yacen en Cuacos de Yuste en realidad se encontraron y enterraron en su día en otras zonas de España. La mayoría son marinos alemanes que formaban parte de las tripulaciones de los submarinos, aunque otros proceden de los aviones que cayeron sobre suelo español. Según reza en una placa conmemorativa, en total murieron 28 soldados de la Primera Guerra Mundial y 154 de la Segunda Guerra Mundial, lo que suma un total de 182 bajas. En el año 1980, se decidió que todos los restos se exhumaran y se trasladaran a un mismo lugar en Cuacos de Yuste. Ver el camposanto de Cuacos resulta muy llamativo porque todas las tumbas tienen la misma cruz, y en todas ellas está grabado el nombre del militar, su rango y las fechas de nacimiento y muerte.
Foto de Zarateman, Wikimedia Commons.
Foto de Zarateman, Wikimedia Commons.
En los últimos tiempos se ha puesto de moda practicar un tipo de turismo relacionado con los cementerios porque a menudo son muestras sobresalientes de un periodo histórico o bien albergan obras de arte muy representativas de diversas corrientes artísticas y correcta. Se conoce como necroturismo o turismo de cementerios y hasta existe una organización que lo promueve Association of Significant Cemeteries in Europe (ASCE), y una ruta creada por esta que se llama Ruta Europea de los Cementerios.
De momento el Cementerio de Militar Alemán de Cuacos de Yuste no está incluido en esta ruta, pero sí lo está el Cementerio de los Ingleses de Camariñas (Galicia), que tiene una historia parecida: en 1890, el navío militar inglés HMS Serpent navegaba cerca de la Costa de la Muerte cuando chocó con unos arrecifes y toda la tripulación tuvo que abandonar el barco. De los 175 marineros que componían la dotación del navío, solamente sobrevivieron tres. Todas las víctimas se enterraron en un cementerio improvisado que los lugareños llamaron Cemiterio dos ingleses. A continuación dejamos un vídeo sobre este cementerio gallego que, aunque empieza con una imagen un tanto extraña, está narrado bastante bien.
En otras entradas en el pasado hemos tratado también de osarios y otros cementerios curiosos, cosa que el lector podrá disfrutar en estos enlaces: Osario de Sedlec y Cementerio de Sapanta.
Muy cerca de la ciudad china de Zhangjiajie, en la provincia de Huan —en la parte central de China—, se encuentra el Parque Forestal Nacional deTian Men Shan, es decir, el Parque Forestal Nacional del Monte Tian Men. Se trata de un entorno natural típico de China, con una orografía muy montañosa y abundante vegetación que sobrecoge al viajero por su magnanimidad y, por qué no decirlo, también por su buen estado de conservación. La toponimia del monte Tian Men resulta bastante elocuente con respecto a la maravilla natural que atesora: las dos palabras chinas quieren decir la «Puerta del Cielo» o «Puerta Celestial». Esto se debe a que en la cima del monte existe una gran oquedad vertical labrada por los agentes naturales a lo largo de los siglos que produce en el viajero un efecto óptico sorprendente, como si, efectivamente, se tratase de las mismísimas puertas celestiales.
Ubicación del parque forestal nacional del monte Tian Men (Google maps). Clic para ir al mapa.
Foto de Huangdan2060, Wikimedia Commons.
Pero como sucede con muchos de los viajes, a veces no es tan importante llegar al destino como recoger las experiencias que nos va dejando el camino. Para ascender a la cima del monte Tian Men tenemos dos opciones: un teleférico que, según la empresa encargada de su explotación, es el más largo del mundo y que ofrece algunas de las vistas más espectaculares del parque forestal —cuesta unos 40 dólares—; o bien, ascender en automóvil por la serpenteante carretera de 99 vueltas hasta casi llegar a la cima para, a continuación, seguir una estrecha vereda adosada a las paredes del monte Tian Men. Es un trayecto que recuerda el itinerario que intenta realizar la Comunidad del Anillo a través del paso de Caradhras en El Señor de los Anillos, por estrechos senderos excavados en las laderas. La cima de la montaña aparecerá ante nuestros ojos tras subir los 999 escalones que nos separan de la sagrada cima, la cual se encuentra a 1.700 metros sobre el nivel del mar. Este último tramo se tiene que hacer a pie, si se quiere contemplar la famosa Puerta Celestial de Tianmen Shan. De lo que no cabe duda es de que subir al monte Tian Men equivale a vivir una aventura.
Foto de huangdan2060, Wikimedia Commons.
Foto de David Wood, W. Commons.
Foto de huangdan2060, W. Commons.
Casi lo más interesante de la ruta es precisamente el tramo final en el que existen varios fragmentos del mismo formados por pasarelas. Una de ellas tiene el suelo de cristal, lo que nos permite apreciar lo que se ve a nuestros pies… ¡Desde unos 1.200 metros de altitud! Una impresionante vista para quienes padezcan vértigo, pero sin duda tan emocionante que merece la pena vivirla. Esta pasarela se conoce como skywalk, palabra que se puede traducir como «pasarela aérea», y tiene unos 60 metros de longitud por apenas dos de ancho. La mayoría de las personas disfrutan de pasar por dicha pasarela y sentir la aguda sensación de vértigo que suscita con total seguridad, ya que está pensado para disfrutar de la impresionante panorámica de paisajes chinos con un ángulo de 180 grados. Otros tramos de la ascensión tienen pasarelas de madera que conjuntan perfectamente con el espacio natural.
Foto de huangdan2060, Wikimedia Commons.
Una vez en la cima, el viajero disfrutará con la visita del arco de piedra al que se refiere el nombre de Puerta Celestial, del templo de Tianmen Shan y de las preciosas vistas que se tienen desde la cima del monte Tianmen. El Parque Forestal de Tian Men Shan es uno de los lugares típicos de China para disfrutar de la increíble naturaleza que atesora este, aún muy desconocido, país de Asia.